La interpretación de la idea fasista
Al
hablar del fascismo, el problema que de inmediato se plantea es el de
su génesis, cómo nació y cómo triunfó, después qué fue y cómo pudo
llegar a la barbarie nazi de la "solución final", es decir, al
exterminio de los judíos, al que hay que añadir el de los gitanos, de
los cientos de miles de prisioneros de guerra, sobre todo rusos,
homosexuales, disidentes políticos y poblaciones civiles de toda Europa;
sin olvidar a los deformes y enfermos mentales que el nazismo
consideraba "vidas indignas de ser vividas" y que fueron eliminados con
la complicidad de la biomedicina alemana.
Han
pasado sesenta años desde el final de la segunda guerra mundial y de la
derrota del fascismo histórico y en los innumerables escritos que sobre
él se han publicado sobresalen principalmente tres líneas de
interpretación que resumimos a grandes rasgos. La primera, que limita el
fascismo a los decenios entre las dos grandes guerras mundiales, lo
considera un "paréntesis" sin ninguna vinculación con el pasado de
Italia y Alemania; es decir, el fascismo como un fenómeno pasajero,
contingente (que, sin embargo, duró veinte años en Italia y doce en
Alemania), como una enfermedad que ataca de repente a un cuerpo sano y
robusto. La segunda interpretación, a la que me adhiero y en la que me
detendré, refuta la primera y sostiene que el génesis del fascismo hay
que buscarlo en la realidad histórica de estos dos países; o sea, el
fascismo como resultado de un pasado en el que estaban ya presentes los
gérmenes patógenos que explotarían en la primera postguerra mundial. La
tercera interpretación, la marxista (a la que no se adhirió un filósofo
marxista refinado como Georg Lukács), atribuye, de manera muy simplista,
el triunfo del fascismo al capitalismo que lo habría financiado.
En
la primera interpretación del fascismo encontramos al filósofo
Benedetto Croce y con él a Friedrich Meinecke, Julien Benda, Thomas
Mann, entre los más sobresalientes. En su Historia de Europa en el siglo XIX, Croce
describe una Europa "ordenada, vigorosa y segura de sí, floreciente en
su comercio, abundante en comodidades, llevando una vida fácil". El
mismo optimismo manifiesta el escritor Stefan Zweig, cuyo libro
autobiográfico, El mundo de ayer, inicia textualmente: "Si
intento hallar una fórmula cómoda para definir el tiempo que precedió la
primera guerra mundial, el tiempo en que crecí, creo ser lo más conciso
diciendo: fue la edad de oro de la seguridad." Es natural que Zweig, en
su condición de judío proveniente de una rica familia burguesa, una vez
desterrado de su Austria y en su infeliz exilio se suicidó como muchos
otros judíos, rememore el pasado con nostalgia. Al contrario de Zweig,
el escritor Walter Benjamin, él también judío y su contemporáneo nació
en l892 y se suicidó en l940, vio en ese ayer un mundo de inseguridad,
decadencia y descomposición.
Hay
que analizar la tesis del filósofo Croce en el más amplio contexto
europeo para darse cuenta de que su historia del siglo XIX es parcial.
El siglo XIX no fue sólo el siglo de la lucha por la libertad contra el
absolutismo, de las revoluciones liberales y nacionales, sino que fue
también el siglo de la Revolución industrial que, al irradiarse de Gran
Bretaña al continente europeo, cambió el rostro del planeta entero. La
revolución industrial fue, sin duda, un triunfo titánico que aumentó la
riqueza y el bienestar, pero sólo para determinadas clases, porque se
trató de un progreso construido sobre la explotación y el sacrificio de
millones de trabajadores que, de su condición de campesinos y artesanos,
cayeron a la condición de proletarios supeditados de la manera más
sórdida a un trabajo extenuante que no eximía ni a mujeres ni a niños
(los más pequeños eran utilizados para limpiar los conductos de las
chimeneas de las fábricas). Los primeros en levantar sus voces de
indignación y protesta fueron los románticos ingleses: Blake, Shelley,
Ruskin, Byron, Dickens, a los que se unió el industrial filántropo
Robert Owen.
Es un hecho que en el siglo XIX hubo
revoluciones y luchas por la libertad en muchos países que todavía no
habían logrado su independencia nacional. Pero también, paralelamente,
masas de trabajadores al extremo de la fatiga, el hambre y la
desocupación, empezaron a luchar por la satisfacción de sus necesidades
primarias y por su emancipación. Empieza la organización masiva en
contra de la opresión del capitalismo industrial, la constitución de
partidos socialistas, ligas comunistas, sindicatos, cooperativas obreras
y campesinas, acompañada por levantamientos, huelgas, cuya reacción fue
el despliegue de violencia por parte del Poder. Desde entonces, y cito
el inicio del Manifiesto del partido comunista, de Karl Marx de
l848, "un espectro recorre Europa: el espectro del comunismo". En fin,
resultado de la Revolución industrial fue el advenimiento de las masas
que transtornó definitivamente el cuadro de la sociedad burguesa. En el
siglo XX serán esas masas las que apoyarán los movimientos subversivos
tanto de derecha como de izquierda.
Insisto, los decenios
anteriores a la primera guerra mundial no fueron el mundo seguro que
presenta Benedetto Croce, fueron más bien años de convulsión resueltos
momentáneamente con manejos diplomáticos. No se puede negar el hecho de
que Europa gozó de paz a partir de la guerra franco-prusiana de l870
hasta l914, con excepción de la cruenta guerra anglo-bóer que fue
combatida afuera del continente europeo. Sin embargo, esos decenios
(casi medio siglo) estuvieron cargados de tensión, y el equilibrio
europeo se mantuvo siempre precario, en la cuerda floja, entre alianzas,
pactos, sospechas, discordias, competencia por la conquista de los
mercados, la amenaza siempre latente del pangermanismo de Prusia y su
creciente militarización, la violencia del movimiento anarquista que
mantenía en agitación a todo el continente; sin contar la masacre turca,
en l894-1896, de 300 mil armenios a la que siguió en l915 otra de más
de setecientos mil (el primer genocidio del siglo XX). Mientras tanto,
continuaba sin solución el problema social creado por la
industrialización, que por un lado impulsaba la emigración en masa un
verdadero éxodo de las clases desheredadas hacia América y, por otro,
suscitaba un odio difuso hacia la economía de mercado, que en el siglo
XX desembocaría en una especie de erupción volcánica.